El anochecer de hace unos días me senté ante en las rocas…el agua, todavía fría, llegaba a mis pies y les daba descanso. Una somnolencia salada me llenó y el mar me comenzó a hablar. Su voz no era tan fuerte como hubiera imaginado, al fin y al cabo, Poseidón era un dios griego, o el crucero de una película clásica, y, por tanto, no existía. Su rumor era siseante, y arrastraba cierto eco interior… como queriendo esconder sus palabras a los pescadores que, cercanos a mí, esperaban que sus cañas clavadas en la arena se movieran…
“Me habéis maltratado”, disertó, “y estoy cansado. Necesito que los humanos me cuiden en lugar de ensuciarme.” Nada me sorprendió lo que decía, pero sólo asentí con la cabeza ignorando si me vería o no. Me puse en pie y caminé por la orilla donde el agua rompía con esa arena artificial que cada año nos colocan, y, como en una sucesión inducida de imágenes recordé botellas vacías en el mar, bolsas, algún que otro objeto de metal y aquella vez en Andratx en que un barco arrojaba una enorme bolsa de basura en nuestro Mediterráneo, y me pregunté, aun sabiendo la respuesta, porque los niños y las niñas no tenían una asignatura llamada “respeto al mar “, o porque los adolescentes no tiraban la basura donde se debe en la noche de San Juan, o porque los adultos se preocupan más por absurdidades que por lo que le espera al planeta azul, si deja de ser azul y se convierte en marrón grisáceo o negro.
Ya lo decían los nativos norteamericanos, y seguramente no habían estado nunca en esta costa: “there´s no planet B”.
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